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EL MATRIMONIO: ¿ES COSA DE HOMBRES? (y II)
by FM abogados Tenerife in


Nos preguntábamos en el capítulo anterior: ¿Era necesario inventar el matrimonio?

La respuesta es: Ni de coña.

Porque vamos a ver: hay cosas, usos e instituciones que se integran de manera natural y consuetudinaria en la vida de las personas con el paso de las generaciones; son las típicas novedades a razón de las cuales –una vez conocidas o instauradas- uno se pregunta cómo se las arreglaba la gente antes de que existieran (las vacunas, los ordenadores, la electricidad, las pinzas de depilar…). El matrimonio, obviamente, no es una de esas cosas. Dudo seriamente que en un inconcreto periodo pseudohistórico una turbamulta de humanos saliera de manera espontánea a la calle reclamando de sus legisladores la inmediata regulación de las relaciones copulativas (por así llamarlas) en el sentido de incentivar desde los poderes públicos la monogamia, la presunción de paternidad y las camas de matrimonio (por aquella época conocidas como camas grandes).

Es cierto que el matrimonio como institución ya existía en la antigua Roma (como el habeas corpus, el caudal relicto, la esclavitud, el cunilingus y los tortelinis al pesto), pero el matri-monium romano perseguía básicamente establecer a priori la filiación respecto del hombre casado de los hijos que nacieran de su esposa a los efectos jurídicos de que éstos pudieran heredar los apellidos, títulos y patri-monius de aquél, y los filius presuntus supieran en definitiva a qué ciudadano romano debían pedirle prestada la cuadriga para el fin de semana.

Como pueden ver, de ahí a las películas de Meg Ryan y otros relatos media un abismo.

Durante siglos el matrimonio sirvió para forjar alianzas, imperios y linajes. La gente se casaba y fornicaba (a veces incluso con la persona con la que se casaban) y nadie pretendía de la susodicha institución cosas extrañas como la fidelidad o el Contigo Pan y Cebolla (el CPC).

Pero entonces llegó Walt Disney…

Y con él Blancanieves, la Cenicienta, la Bella Durmiente…

Y los príncipes azules.

Que digo yo que, a todas éstas, ser príncipe en aquella época debía ser un no vivir (sobre todo si eras azul)

- Príncipe. Que han venido a palacio a pedirle audiencia unos enanos…
- ¿Y qué quieren los enanos? ¿Que les baje los impuestos? ¡Ha, ha, ha, ha!
- Que dicen que hay una señorita desmayada en el bosque.
- ¿Y?
- Pues que tiene usted que seguir el protocolo habitual, a saber: besarla, casarse con ella y comer perdices, a poder ser por ese orden.
- No me digas más: se clavó un alfiler en el dedo y se quedó catatónica.
- Esta al parecer comió unas manzanas en mal estado.
- ¿Pero a qué se dedican las mujeres en este reino de fantasía, que se van desmayando por los rincones?
- Son unas flojas.
- Me paso el día besando a mujeres inertes, que parezco un pervertido.
- Por cierto, príncipe, no me llegue tarde del bosque, que esta noche es el baile y tiene usted una cita.
- Con alguien despierto, espero.
- Debo advertirle que según he oído, la dama en cuestión al llegar la medianoche se vuelve sucia y pierde los ropajes.
- Yo así no puedo gobernar.


Como decía, apareció Walt Disney y de repente a las mujeres les dio –ante la alarmante falta de príncipes en el mundo real- por convertir a un puñado de sátiros inmaduros (me estoy refiriendo al 99,99 % de los hombres) en sus particulares caballeros andantes.

…Y fueron felices…

- ¿Qué hay de cenar?
- Perdiz escabechada.
- ¿Otra vez perdiz?
- Pues el príncipe de Angelina no le pone tantos reparos.
- ¿Angelina es la que tiene un lunar en forma de estrella de seis puntas junto al pezón derecho?
- ¡Qué ruin eres! Tenía razón mi madrastra
- A esa bruja ni me la mientes.

El divorcio también se inventó en Roma (un mes después de inventar el matrimonio)

El término “divorcio” viene del vocablo latino divertere, que significa “apartarse”. Curiosamente, como algún astuto lector ya habrá deducido, la expresión “divertirse” proviene de la misma raíz, viniendo a significar algo así como “apartarse de la actividad”.

Pues sepan ustedes que el 53 % de los matrimonios se acaban divirtiendo.

Acojona, lo sé. Pero es que esto no es todo. Excluyamos de las muestras a los matrimonios que lleven más de veinte años casados.

- ¡Ah, pero eso es trampa! Los matrimonios que llevan más de veinte años casados son precisamente la prueba incontestable de que el matrimonio funciona.
- ¿Usted ha oído hablar del síndrome de Estocolmo?
- ¡Hala!

Como decía. Si excluyen de la muestra a los matrimonios con más de veinte años de casados, nos encontramos con el siguiente titular:

“Tres de cada cuatro parejas que se han casado hoy estarán divorciadas dentro de diez años”

Que habrá quien diga: “Pero merece la pena intentarlo. ¿Y si el mío sale bien?”

Totalmente respetable, oiga, pero ahora sustituya la palabra “matrimonio” por “vivienda” y “divorcio” por “derrumbe súbito”, y tenga las llaves.

En resumen: nos hallamos ante una institución antinatural, con altas posibilidades de acabar mal y de la cual es complicadísimo desvincularse. Pasando de puntillas sobre el alarmante paralelismo entre el matrimonio y las sectas destructivas, lo que es innegable es que una institución así no podría sobrevivir sin la ayuda de alguna poderosa organización a quien a su vez la misma beneficia.

Y se da el caso de que este atentado criminal contra la libertad y felicidad humana con resultado de obligaciones antinaturales y desmesurado desembolso económico sigue un patrón similar al de otros golpes con idéntico sello, a saber:

. Navidades
. San Valentín.
. El día del padre/madre.
. Bautizos y comuniones.
. El ratoncito Pérez.

Así que, como haría cualquier detective mínimamente competente cuando se produce un crimen, las preguntas que hemos de hacernos son:

- ¿Quién sale beneficiado?
- En los partidos de solteros contra casados ¿con qué equipo van los curas?
- En la película “Zampo y yo”, ¿”Zampo” es el verbo?

Y la primera de las tres preguntas nos conduce a otra:

- ¿Quién está detrás de la organización conocida como El Corte Inglés?

Seguiremos informando.

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