hover animation preload

PELOS Y SEÑALES
by FM abogados Tenerife in


Yo me quedé calvo cuando era muy joven.

Mi madre fue la primera que se dio cuenta de mi alopecia galopante, y se lo contó a mi padre.

- Tu hijo se está quedando calvo.
- ¿Cuál de ellos?
- El pequeño.
- Yo no lo veo calvo.
- Tú no ha visto los potitos llenos de pelos.
- Exagerada…
- …que parece un gato luego, escupiendo bolas.
- Ya me ocupo yo.

Y mi padre se ocupó, efectivamente. Creo que fui el primer niño en comer potitos con una redecilla en la cabeza.

No obstante, lo de la redecilla duró poco, básicamente porque antes de pasar a los alimentos sólidos ya no me quedaba un pelo en la cabeza y dejó de ser preciso utilizar medidas profilácticas para con mi cuero cabelludo. Eso sí, desde entonces mi rutina diaria quedó seriamente alterada.

- Y no os olvidéis de daros “dos manos” de champú.
- Sí, mamá.
- Y luego os peináis con la ralla a la izquierda, como las personas con fundamento.
- Sí, mamá.
- ¿Y yo, mamá?
- Tú lee un libro.

No son ustedes conscientes, estimados internautas, de la cantidad de tiempo que invierten en la higiene y cuidado de sus cabellos. Antes de cumplir los catorce, a lo tonto y mientras mis hermanos se acicalaban, yo ya me había fulminado las obras completas de Proust y Herman Hesse. Desarrollé así gracias a mi calvicie precoz una afición ilimitada por la lectura. Y una miopía galopante.

- Tu hijo necesita gafas.
- ¿Cuál de ellos?
- El calvo.

Hipermetropía, me diagnosticaron. Más de siete dioptrías en cada ojo. Se ve (es un decir) que intentar leer a Faulkner a través del vapor de agua emitido por las interminables duchas de mis hermanos resultó ciertamente perjudicial para mi agudeza visual. Me colocaron unas gafas con unos cristales que habrían podido resistir el impacto de un Tomahawk, de esas que además aumentan la percepción del tamaño de los ojos del que las lleva hasta convertirlos en algo parecido a dos huevos fritos asustados.

Daba gusto verme.

Ese año me matriculé en el instituto, donde mis nuevos compañeros me acogieron con gran afecto y alborozo, evitando en su comportamiento para conmigo hacer mofa de cualquier defecto físico que me hubieran detectado.

- Mortadelo, no te pongas a contraluz, que me deslumbras.

Y cosas así…

Esa dificultad de adaptación al instituto se tradujo en malas notas. La verdad es que no estaba yo para muchos estudios tratando de sobrevivir al asedio de una docena larga de matones empeñados en –entre otras lindezas- encajar mi cabeza pelona en un orinal. El jefe de estudios llamó a mi madre para ponerla al corriente de mi preocupante situación académica.

Si yo hubiera sido un chico normal, con pelo, instinto asesino y sólo dos ojos, la cosa se hubiera saldado con una bronca, algún castigo y tal vez un profesor particular. Pero al tener yo aquel equívoco e indeseado aspecto de intelectual, se ve que le rompí los esquemas al claustro de profesores. Y así se lo hicieron saber a mi madre.

- Tu hijo es superdotado.
- ¿Cuál de ellos?
- Al que no hay que descolgar del techo cada dos por tres.

Y así es como por ser calvo acabé en un internado para superdotados.

Pero esa será otra historia.




0 comentarios:

Publicar un comentario