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UNA BUENA RAZÓN PARA TENER SEXO CON OCTOGENARIAS.
by FM abogados Tenerife in



Hace unos días una editorial de cuyo nombre no quiero acordarme rechazó una novela que les envié. Me mandaron por correo ordinario la fotocopia de una carta tipo en la que venían a decirme que mi obra no concordaba con su línea editorial, pero que peor es robar y que no perdiera la ilusión y siguiera intentándolo y blablabla.

Debería habérmelo tomado bien, porque es la quinta novela que me rechazan (curiosamente también era la quinta novela que les enviaba, así que estamos empatados [ellos tienen cinco novelas mías y yo cinco fotocopias de la misma carta de rechazo]).

Debería habérmelo tomado bien, digo, o al menos desarrollar ante el nuevo fracaso una respuesta emotiva que no implicara la rápida intervención de las fuerzas del orden. Pero esta vez me tomé especialmente mal el rechazo. Y tenía para tan adversa reacción un motivo que pudiera parecer desconcertante sin su pertinente explicación:

Mi quinta novela era muy mala. Malísima.

Aclaro enseguida la aparente contradicción. Mi estilo literario habitual (por llamarlo de alguna manera no contemplada en el código penal) hace que Kafka a mi lado parezca Gloria Fuertes. Se ve que de niño me abrazaban poco y con el tiempo me han crecido de manera preocupante unos traumas que da miedo verlos, de raros que son, y claro, cuando los vuelco en el papel me salen unas cataplasmas espesas y lúgubres que no hay ser humano que se las trajine.

Así las cosas, resultaba imposible que ningún editor en el mundo se hiciera cargo de la publicación y distribución de mis cuatro primeras criaturas (y eso que probé con el editor de Sánchez Dragó, que ya debería estar curado de espantos). Y como yo en el fondo sabía que no había nada que hacer, cuando recibía la impepinable fotocopia de rechazo no le otorgaba mayor importancia y con una mueca estúpida de asumida fatalidad me abonaba a la frase favorita de los mediocres: “Es que no entienden mi arte”. Con dos cojones.

Pero la cosa cambió cuando decidí hacer una novela comercial.

- Voy a hacer una novela comercial.
- ¿De las que se venden como churros?
- De esas.
- No vas a saber.

Inasequible al desaliento, me puse a escribir. Cuando me salía algo bueno, lo quemaba y empezaba de nuevo.

- Más sencillo, más sencillo. Piensa en la gente de la calle.- me decía a mí mismo. Y pensaba en Paquirrín, no sé por qué.

Me salió un esperpento pseudoliterario que versaba sobre la institución del matrimonio tomada a chufla. Una cosa espantosa. Mis familiares y amigos se la leyeron del tirón y me felicitaron sinceramente.

Iba a pegar el pelotazo.

Y van los de la editorial me la rechazan.

No lo pude digerir. Cogí el teléfono y pregunté de la manera más cortés de la que fui capaz por la editora (“es un loco”, oí que le decían). Cuando se puso al aparato la buena mujer, la puse al corriente someramente de quién era yo (no me recordaba) y le pedí explicaciones.

- Su obra no concuerda con nuestra línea editorial.
- ¿Pero qué línea editorial, por los clavos de cristo? Si ustedes le han publicado cosas hasta a Potorra Ruin (Donde pone Potorra Ruin utilicé el nombre de una famosilla de tres al cuarto a todas luces incapaz de hacer la lista de la compra y controlar el esfínter al mismo tiempo)
- Pero doña Potorra es famosa.
- Desarrólleme lo de "famosa".
- Tuvo un affaire no exento de látex y descendencia con el Niño del Papillote.
- O sea, que según usted si yo me hubiera cepillado a la duquesa de Alba usted me publicaría la novela.
- ¿Se ha cepillado usted a la duquesa de Alba?
- ¡Por supuesto que no!
- Pues es una lástima.

Y lo peor es que hay un pollo que ya se me adelantó con la duquesa, así que me quedé sin plan B.

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